Ana había cumplido los 5 años. Nos habíamos mudado de Mar del Plata a Floresta. Y eso era un gran cambio para ella. Anita siempre fue la luz de mis ojos, ya que es mi única compañía. Pasaron las semanas y mi rutina ya era bastante cómoda. Íbamos y veníamos. Ella al jardín, yo a mi trabajo. Terminaba de trabajar a las 6 y pasaba a buscarla. Algunos días tomábamos helado, otros, íbamos al cine o comprábamos ropa o quizás sólo paseábamos por algún parque. Todo estuvo tranquilo hasta hace unos meses. Ana me decía que veía un nene. Un nene sin brazos que estaba enojado y que siempre estaba en el espejo. Que entraba y salía de la habitación. Yo no entendía lo que pasaba, pensaba que era algo normal de la edad. Los días pasaban y todo empeoraba. Las luces se prendían y apagaban, Ana dormía, pero los juguetes de su habitación cambiaban de lugar. Qué era lo que estaba pasando? Seguía sin entender lo que le pasaba a mi hija, hasta que un día me dijo que el nene se llama Nicolás y dice que me conoce. Nicolás le dijo que yo tenía que contarle a ella quién es él en realidad.
Nicolás era su hermano mayor. Nicolás había fallecido a los 3 años, mucho antes del nacimiento de Ana. Le mostré fotos que guardaba y en el momento lo reconoció. Así pasaron los días, cada vez la cosa empeoraba, hasta que decidí esparcir las cenizas de Nico en su plaza favorita. Mi hija nunca más lo volvió a ver.
Nunca digas que son amigos imaginarios. Los espíritus nos acompañan.
Muy bueno, me gustó mucho este micro relato.
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